En 1997, Juan Carlos Vázquez, un ferretero de 50 años, se mudó al barrio porteño de Saavedra con sus dos hijas universitarias, Gabriela (29) y Silvina (21). Alquilaron un PH de dos plantas en la calle Manuela Pedraza al 5800. Tres años después, ese mismo lugar se convirtió en el escenario de uno de los asesinatos más perturbadores de la historia criminal argentina, un parricidio perpetrado con más de 100 puñaladas y envuelto en un delirio místico, gritos y una atmósfera ritual. Para la Justicia, no se trató de un crimen premeditado ni de un rito satánico, como titularon los medios en ese momento, sino de un brote psicótico compartido entre las hermanas. Las dos fueron declaradas inimputables por el juez. En el año 2003, Silvina y Gabriela fueron dadas de alta de un hospital neuropsiquiátrico. Desde entonces, no volvieron a verse. Hoy, veinticinco años después del parricidio, la casa sigue en pie, la causa está cerrada y las preguntas que dejó aquel crimen siguen abiertas.

Juan Carlos Vázquez nació en la localidad salteña de Cafayate y se trasladó a Buenos Aires en busca de un futuro mejor. Se estableció en Caballito, consiguió trabajo en una bulonera y completó sus estudios secundarios cursando de noche. En ese contexto, conoció a Aurora Gamarra, con quien se casó y formó una familia en Lomas del Mirador, donde nacieron sus hijas Gabriela y Silvina. En 1997, la familia se mudó a Saavedra por motivos logísticos. Tras la mudanza, Silvina comenzó a manifestar signos de deterioro psíquico, al igual que su hermana mayor, Gabriela.

Los días previos al crimen, las hermanas iniciaron un ritual de purificación junto a su padre, que culminó en una tragedia. Las circunstancias del asesinato fueron impactantes, con una escena dantesca en la que Silvina atacaba a su padre mientras profería palabras incoherentes. Tras el suceso, las hermanas fueron evaluadas por un equipo médico forense que determinó sus condiciones psicológicas.

Gabriela y Silvina Vázquez fueron internadas en un hospital y posteriormente trasladadas a una unidad del Servicio Penitenciario Federal. Las conclusiones médicas señalaron que Silvina padecía una psicosis esquizofrénica paranoica, mientras que Gabriela presentaba un síndrome pseudoesquizoide con intervalos semilúcidos. Las hermanas siguieron caminos separados después del incidente, sin mantener contacto entre ellas. El PH donde ocurrió el crimen permaneció deshabitado durante años, generando controversia y evitando su alquiler. Hoy, la memoria del caso persiste en el barrio de Saavedra, siendo recordado por algunos con detalles vívidos y por otros evitando mencionarlo.