En un hospital de Cumbria, Michelle y Rob Wall recibieron un pronóstico más oscuro que la noche en la que se les acabó la batería del celular en medio de un bosque: su pequeño Noah vendría al mundo con más problemas que una silla de tres patas. Espina bífida, hidrocefalia congénita, cistosis cerebral destructiva y un mix de anomalías cromosómicas que tenían a los médicos más desorientados que un GPS en una película de terror. "Noah no tendrá cerebro", les soltaron sin anestesia. Los escáneres mostraban un líquido donde debería estar su encéfalo, apenas un dos por ciento de tejido funcional. Un panorama más desolador que un domingo sin fútbol.
Pero el pequeño Noah, que al parecer no había leído el informe médico, decidió darle una sorpresa al mundo y nació gritando, respirando por sí mismo y desafiando las probabilidades como si fuera un mago escapista en un tanque lleno de agua. Desde ese momento, su vida fue una montaña rusa de cirugías y desafíos, con más operaciones que un celular chino en un mercado de segunda mano.
A los 3 años, una resonancia reveló que su cerebro había crecido como si fuera un niño en pleno estirón de adolescencia. Algunos médicos sostenían que su cerebro había ido expandiéndose, otros que estaba comprimido y logró crecer gracias a una especie de válvula cerebral. Lo único seguro era que Noah estaba desafiando todas las leyes de la física y la medicina.
Con solo seis años, el chico ya era todo un trotamundos: viajó a Australia para recibir un tratamiento de neurofísica, algo así como un spa para su cerebro. Aprendió a surfear, a mantener el equilibrio y a desafiar las olas como si fuera un niño de anuncio de cereal.
Pero Noah no solo se dedica a romper récords de surf, también es todo un activista de la inclusión. Junto a su madre, visita escuelas para enseñar sobre discapacidad y seguridad en sillas de ruedas. Ha recibido mensajes de apoyo de padres necesitados de un rayo de esperanza y de niños que lo ven como un héroe de carne y hueso.
A lo largo de los años, Noah ha demostrado que su fuerza va más allá de sus músculos. Con su silla de ruedas ultraliviana, donada por una organización benéfica, ha ganado autonomía y hasta se ha animado a romper un récord mundial tocando triángulos en un concierto. Sí, como lo oyes, ¡triángulos!
Su evolución cerebral sigue siendo un misterio para la ciencia, con especialistas rascándose la cabeza más que un mono con pulgas. Lo único claro es que Noah, a sus 13 años, sigue desafiando las probabilidades, cantando, soñando y demostrando que, a veces, la vida puede ser más sorprendente que una serie de Netflix en la que todos los capítulos son un cliffhanger.