Joseph Bruce Ismay, presidente de la compañía naviera White Star Line, quedó marcado por su participación en el hundimiento del RMS Titanic durante su viaje inaugural. Tras el desastre, fue objeto de críticas y acusaciones por parte de la prensa, que lo tildaron de "el mayor cobarde de la historia". Se le reprochó haber priorizado su propia vida al abordar un bote salvavidas en lugar de ayudar a mujeres y niños, así como de haber reducido costos en la construcción del barco, poniendo en riesgo la seguridad de los pasajeros.
La película Titanic, dirigida por James Cameron en 1997, contribuyó a consolidar la imagen negativa de Ismay en la opinión pública. Aunque el director se esforzó por recrear fielmente el naufragio, la representación de Ismay como un hombre egoísta se basó en la percepción popular de la época. A pesar de la extensa investigación realizada por Cameron, que incluyó entrevistas con familiares de víctimas y supervivientes, se optó por mantener la versión más difundida de Ismay.
Después del naufragio, Ismay se retiró de la vida pública y dedicó su tiempo a labores humanitarias, pero nunca logró deshacerse del estigma que lo perseguía. La campaña de desprestigio en su contra, alimentada por un enemigo personal y la opinión pública, lo sumió en el dolor y el aislamiento el resto de su vida. Aunque las investigaciones oficiales justificaron sus acciones, Ismay vivió atormentado por la culpa y el rechazo social.
El impacto psicológico del naufragio fue devastador para Ismay, quien pasó sus últimos días reflexionando sobre su decisión en medio de un estado de salud mental frágil. Falleció en 1937 a causa de una trombosis, sin lograr que su nombre fuera reivindicado. A pesar de ello, investigaciones recientes y publicaciones han comenzado a desmitificar su papel en la tragedia, ofreciendo una visión más equilibrada y justa de los eventos que marcaron su vida.