¡Pum para arriba! Pinin Brambilla, la maga de la restauración, se mandó al ruedo en 1977 con la tarea más desafiante y copada del mundo del arte: devolver a la vida a La última cena de Da Vinci. Imaginate, la mina pasó más de dos décadas dándole amor a esa pintura, sacándola del pozo en el que estaba metida. No solo arregló los mocos de los que vinieron antes, sino que también enmendó lo que muchos consideran el "blooper del siglo" de Don Leo.

Cuando Pinin se topó con La última cena, la obra estaba para el velorio. Ni ella misma la reconocía: "No sabías si estabas viendo una pintura o una pared de yeso con manteca encima. Tenía más capas que una cebolla", tiró en una entrevista con la BBC. Lo que Da Vinci pintó en 1498 casi no se veía, escondido bajo capas de materiales como un tesoro en una cueva. La razón del desastre estaba en la técnica revolucionaria que usó el maestro: en vez de seguir el rebaño con la pintura al fresco, tiró óleo y témpera sobre yeso seco. Un experimento que le salió como el orto a largo plazo.

Pinin se puso la capa de superhéroe en 1977 y arrancó la limpieza. Fueron más de veinte años de laburo minucioso y complicado. Sacó todas las capas que le habían puesto otros restauradores a lo largo de los siglos y buscó las capas originales de Da Vinci como si fuese arqueóloga en busca del tesoro perdido. Con lupa y bisturí, fueron sacando todo de a poquito. Hubo momentos de tensión, con problemas técnicos y burocráticos, y hasta se tuvo que bancar visitas de jefes de estado que le cortaban el mambo. El costo personal fue alto: se la pasó más tiempo con los apóstoles que con la familia. Pobre marido e hijo, los tenía más abandonados que terminal de micros los domingos.

¡Pero lo logró! En 1999, Pinin terminó la restauración. La pintura brillaba como nunca, revelando detalles que habían estado escondidos por siglos. Las caras de los apóstoles volvieron a respirar, y la emoción de la cena se sentía en el aire. Claro que hubo críticos que tiraron palos, diciendo que sacó demasiado de la pintura original, pero también hubo quienes la bancaron, aplaudiendo la vuelta a las raíces. Pinin se fue feliz con su laburo, sintiendo que había devuelto a la vida a esa obra maestra.

Pinin siempre tuvo un romance con las obras que restauraba. "Cada una se lleva un pedacito de mi corazón", confesó. La mina se sentía conectada con cada pincelada, y La última cena no fue la excepción. Al finalizar, sintió una mezcla de alegría y nostalgia al tener que dejarla ir.

La restauración de La última cena fue un golazo en el mundo del arte del siglo XX. Pinin Brambilla no solo le devolvió la magia a la pintura, sino que también limpió los mocos que venían de atrás. Su dedicación, paciencia y conocimiento técnico transformaron un desastre en un homenaje a la genialidad de Da Vinci. ¡Qué crack!