En aquella vuelta de tuerca que dio la vida de Sergio Sánchez, el destino le jugó una carta inesperada en Plaza Constitución. Sí, ahí donde los sueños parecen aplastarse más fuerte que un cartón para reciclar. ¿Quién iba a decir que en ese rincón olvidado coincidiría con el hoy venerado Papa Francisco?

Resulta que en el año 2001, cuando Sergio se quedó sin trabajo, el entonces no tan ilustre Bergoglio tampoco sabía que su futuro le deparaba el trono papal. Pero el destino, caprichoso como siempre, los unió en una relación que floreció en las calles, entre cartones y oraciones.

“Jorge nos bendecía a los cartoneros, a los vendedores ambulantes. Era como uno más de nosotros, un pibe común que nos trataba de igual a igual. Su humildad nos pegaba en el corazón desde el minuto cero”, rememora Sergio, hoy líder de los Cartoneros y Carreros de la Argentina, un verdadero peso pesado en la lucha por los derechos laborales.

Mientras tanto, en el Vaticano se frotaban los ojos al ver al flamante Papa mencionando cosas que nadie esperaba. “¿Escuchaste ese palito que tiró en Brasil? ¡Se va a armar quilombo!”, musitaban los más chismosos en misas y reuniones comunitarias.

Pero volviendo a los cartoneros y al Papa, la conexión entre ellos crecía como la espuma en un mate mal cevado. Y así fue como un grupo de trabajadores decididos armó un altar improvisado para despedir a Francisco en el Parque Lezama, con el padre Toto a la cabeza, el cura de los barrios más bravos.

La emoción llegó a su punto máximo cuando le ofrecieron a Sergio un pasaje para viajar a Roma y ver la asunción de Francisco como Papa. Pero claro, entre rayos X y polizontes en el aeropuerto, estuvo a punto de perder el vuelo. ¡Imaginate la película que se estaba perdiendo la seguridad!

En fin, Sergio llegó a la Basílica de San Pedro y se encontró a escasos metros del Papa, rodeado de reyes y presidentes que quedaban como simples extras de reparto. ¡Y encima, Francisco se acercó primero a saludar a los de abajo antes que a los de arriba! Un gesto que les hizo sentir a los cartoneros que, aunque lejos en kilómetros, estaban cerca en el corazón del Papa.

Por supuesto, Sergio no perdió la oportunidad de llevarle su carro de cartonero con regalos del resto de los trabajadores para que Francisco los bendijera. ¡Qué experiencia, meter el carro en San Pedro! ¡Eso sí que no se ve todos los días!

En fin, entre viajes papales y bendiciones, la relación entre Francisco y los trabajadores excluidos se consolidó como una amistad verdadera, basada en la humildad y la solidaridad. Y así, con un nudo en la garganta, Sergio se despide de su amigo Jorge, sabiendo que su legado de hacer lío y luchar por los más necesitados es lo que realmente importa. ¡Que vuelva a elegirse un Papa de los pobres, por favor! ¡Eso sí sería una noticia que alegraría hasta al más escéptico!