La serie "Los Girasoles", de Vincent van Gogh, sigue siendo un ícono universal cargado de simbolismo personal y cultural. La obsesión del pintor con los girasoles refleja tanto sus aspiraciones artísticas como sus profundas inquietudes.

La historia de esta serie comienza en 1888, cuando Van Gogh llegó a Arlés, Francia, y alquiló la Casa Amarilla con la esperanza de crear una colonia de artistas. La serie se desarrolló en tres fases: primero en París en 1887, luego en Arlés en 1888, y finalmente, en 1889, con réplicas de las anteriores. Aunque planeaba realizar hasta una docena de versiones, completó cinco originales y tres réplicas, que se encuentran en museos de Ámsterdam, Londres, Tokio, Múnich y Filadelfia.

Para Van Gogh, los girasoles eran más que un motivo decorativo. En sus cartas, los describió como un "símbolo de gratitud" hacia Gauguin, pero también representaban la esperanza, la vitalidad y la búsqueda de la luz. El color amarillo en la serie simboliza felicidad y optimismo, y Van Gogh utilizó distintas tonalidades para transmitir emociones.

Tras la muerte de Van Gogh en 1890, "Los Girasoles" adquirieron un estatus de culto. El legado de esta serie ha inspirado a artistas de diversas épocas, cada uno reinterpretando su simbolismo de acuerdo con su contexto.

En la contemporaneidad, el girasol ha adquirido nuevas connotaciones políticas y sociales. La innovación técnica de Van Gogh en esta serie es clave, destacando su uso de pinturas sintéticas modernas para crear texturas que dotaron a las flores de un relieve casi escultórico. El simbolismo de los girasoles en la obra de Van Gogh sigue evocando inquietudes universales como la fugacidad de la vida, la búsqueda de la luz y la esperanza. "Los Girasoles" continúan inspirando a generaciones de artistas y espectadores, mostrando cómo el arte transforma el dolor en luz y la soledad en un canto a la vida.